El Orden Sacerdotal y La Vida Religiosa

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El Orden Sacerdotal

“El sacerdote, o es un hombre de misericordia, de la misericordia de Dios, o no es sacerdote”. Esta frase no se la he escuchado a nadie y la entrecomillo, porque no me estoy refiriendo a la doctrina, a la sacramentalidad… sino a la vida pastoral del sacerdote. Esos otros aspectos los dejo para la teología y para los expertos.

las manos de un sacerdote misericordioso, son para bendecir, para acoger, para estrechar, para reconciliar, para compartir, para acercar a la gente… En concreto, el sacerdote usa las manos incluso sacramentalmente en todos los sacramentos, y siempre debe ser para acercar las personas a Dios y bendecir en su nombre. Las manos también pueden indicar y señalar: las del sacerdote deben ser para mostrar e indicar caminos de paz, de amor y de reconciliación. Debemos partir del hecho que no todos los sacerdotes trabajan en parroquias, pero en cualquier caso, a ningún sacerdote le debe faltar nunca esta dimensión de “manos abiertas”, “manos blancas”, “manos sociales”, “manos sacramentales”, ya que, como dijimos en la introducción a los sacramentos, éstos son caminos de encuentro de Dios con los hombres y de éstos con Dios.

Son para caminar y buscar caminos de encuentro con la comunidad. Para ir como primero de todos al frente de la misma en el acercamiento a los hermanos, especialmente a los más pobres. El sacerdote sólo no puede hacer muchas cosas. Pero puede ser el que da la mano y camina con sus pies, dando forma a las obras de caridad eclesial y a la vivencia de las obras de misericordia. Me decía alguien hace tiempo, que cuando veía caminar al sacerdote por las calles de su pueblo, era como una especie de presencia sacramental, como una especie de bendición de las calles y de las personas, incluso cuando entraba en los establecimientos públicos; en los sacerdotes que él conocía, había muchas diferencias de costumbres, pero podía confesar abiertamente que la presencia pública y cercana del sacerdote, hacía mucho bien a todos, incluso a los no tan creyentes.

lo que más caracteriza a los curas es hablar y hablar. Prescindiendo, o saltando por encima el carácter que cada sacerdote y cada persona pueda tener, lo característico de éste debe ser, que su palabra siempre acerque. Acerque a los hermanos entre sí, ayude a reconciliar, los acerque a Dios, y haga presente a Dios entre los hombres. Un sacerdote misericordioso tiene muchas oportunidades para ello. La más común y sencilla consiste en el trato diario con todos los que se encuentra, siendo amable, cercano, preguntando, invitando, bendiciendo, saludando. Pero también en actividades más específicamente pastorales como puede ser sobre todo la presidencia de la Eucaristía y la famosa Homilía. Ciertamente este es un tema difícil; hay ríos de tinta sobre ello; en todo caso, la homilía es muy importante para transmitir el amor y la misericordia de Dios y no, por ejemplo, para transmitir ideologías, opiniones estrictamente personales o políticas. Homilía, en la que un padre misericordioso piensa ya desde el lunes, para ver cómo el domingo siguiente puede transmitir, en lenguaje de hoy, lo que el Señor quiere decirnos, y no simplemente para repetir: “como dice la primera lectura”, “como dice la segunda lectura” y “como dice el Evangelio”, lo cual me atrevería a decir que de antemano cierra y los oídos de los fieles y bastantes se dicen a sí mismos: “esta película ya me la conozco”, pues ciertamente, gran parte, seguro que ha escuchado con atención la Palabra de Dios y no esperan una repetición de la misma. Este párrafo sobre el sacerdote, podría ser mucho más largo, pero lo dejo a la inventiva de cada uno, a fin de que se imagine cómo debe ser un sacerdote misericordioso a la hora de aconsejar, de dirigir, de enseñar, de coordinar, y ¡oh misterio! a la hora de confesar.

los ojos son el reflejo del alma y los de un sacerdote misericordioso deben transmitir amor, aceptación, cercanía y alegría: Sus ojos tienen que estar entrenados para ver el corazón de las personas sin juzgarlas, lo que corresponde a Dios solamente, dispuestos a ayudarlas siempre. Para Jesús eran más importantes las personas que las reglamentaciones y que el sábado.

el sacerdote es una persona humana con virtudes y defectos como todos. No debemos exigirle todas las cualidades y todas las virtudes imaginables, porque nos quedaríamos con cuatro sacerdotes en todo el mundo. Pero sí podemos esperar que un sacerdote, después de tantos años de preparación, ante todo haya recibido una formación pastoral y un entrenamiento para ser un mediador entre Dios y los hombres. ¡Dios no sabe lo que es un teléfono directo ni un celular! Uno no se puede comunicar

directamente con él para todo. Cristo previó y formó a los apóstoles para crear comunidad. El sacerdote, lo digo conscientemente de forma exagerada, “debe trabajar poco y coordinar mucho”. Existe el peligro de que algún sacerdote se pueda convertir en funcionario, dedicándose a “bautizar, hacer misas, bodas, y defunciones” o “a reparar y mantener el edificio”. Todo esto es conveniente y necesario, pero puede opacar lo esencial. El sacerdote, sobre todo en las parroquias, y sobre todo un religioso Salvatoriano, debe formar a la comunidad y contar con la comunidad para las tres funciones principales: enseñanza o catequesis, celebraciones diversas, y promoción de la solidaridad o caridad. Poco puede hacer uno solo, cuando la mies es tan grande. La Iglesia ha previsto sabiamente, sobre todo después del Concilio Vaticano II, que la comunidad sea eminentemente activa, creando incluso estructuras para ello: consejos de pastoral, de economía y otros, así como grupos de catequesis y ministerios litúrgicos, de música… y contando con todo ello, se puede ser muy amplios a la hora de servir a la comunidad. Cuantos más colaboradores consiga el sacerdote para todas estas acciones, más viva será la comunidad de creyentes. Y nadie me dirá, que, si un sacerdote trabaja en esta forma, tendrá muchas horas libres a lo largo del día; quizá menos que alguien que no sepa distribuir y coordinar responsabilidades.

la Iglesia está jerarquizada y existen principalmente estos grados de ordenación sagrada, que no voy a explicar detenidamente. Diácono, es el primer grado, y es por definición “servidor”. En coordinación con los sacerdotes y obispos, es un servidor de la comunidad en nombre de la Iglesia, en cantidad de servicios de misericordia, incluso pudiendo administrar varios sacramentos, menos celebrar la “eucaristía completa” como solemos decir, y los sacramentos que administran el perdón: confesión y unción de los enfermos. Del Sacerdote ya hemos hablado un poco. Y el Obispo debe ser el “padre de todas las misericordias”, por excelencia. Aparte de sus cuestiones administrativas, muy complicadas para llevar una diócesis, ante todo y por encima de la administración, debe ser un padre para con sus sacerdotes y para con sus fieles. Corrigiendo con delicadeza si ha menester, pero ante todo creando fraternidad sacerdotal y orientando, y si es preciso “pidiendo cuentas” a sus sacerdotes, para que sean realmente responsables de la administración de la misericordia de Dios.

¿quién no ha escuchado alguna una frase como esta?: “Hacen falta muchas vocaciones, hay muy pocos sacerdotes”. Es verdad. Y hay muchas causas para ello, que aquí no se pueden analizar, como, por ejemplo, el descenso de natalidad en las familias, sobre todo en Europa. Pero hay muchas otras causas. Quizás la principal la podríamos encontrar, en que la figura del sacerdote, hoy, está muy desprestigiada, no hay un modelo de sacerdote muy atrayente, los jóvenes y familias no se sienten muy atraídos por esta “carrera”. Si tuviéramos sacerdotes más comunitarios y fraternales entre sí, más serviciales y misericordiosos con la comunidad, más cercanos a la juventud y, en definitiva, con una vivencia profunda de su vocación, estoy seguro que sobrarían vocaciones para enviar a otras regiones o países.

Orden Sacerdotal

Texto del Padre Luis Munilla
Orden Sacerdotal

La Vida Religiosa

La vida consagrada o vida religiosa no está considerada como un sacramento. Pero documentos de la Iglesia dicen que “la vida consagrada es un don para la Iglesia, nace en la Iglesia, crece en la Iglesia, está totalmente orientada a la Iglesia”. Y “sacramento” y “consagración” tienen la misma raíz: “sacro”, “sagrado”. Hay autores reconocidos que, a la hora de presentar sus ensayos sobre los sacramentos, sí mencionan a la vida religiosa; pero en estas líneas eso es irrelevante.

La vida consagrada es una respuesta en comunidad por medio de una orden o congragación religiosa, a una llamada de Dios, para conocerle más a fondo y seguir con decisión al Señor, y para encargarse de una misión específica y determinada, por medio de algo que llamamos carisma, es decir: un don, cualidad o regalo de Dios para la Iglesia, para el mundo y para la evangelización y anuncio del Reino de Dios, acentuando y viviendo, especialmente, alguno de los aspectos del Evangelio.

Así pues, simplificando, surgen comunidades religiosas orientadas a la contemplación y otras especialmente a la acción, como puede ser el trabajo misional, la atención a los enfermos, a los presos, a la enseñanza, a la catequesis… en una palabra a la evangelización y a las obras de misericordia.

Si uno quiere llevar, por ejemplo, su carro a arreglar, no lo lleva a cualquier “chapucero o becado”. Lo lleva a un experto; le sale mejor y más barato a la larga. Varios documentos, incluso papales, dicen que los religiosos deben ser “expertos”. ¿Expertos en qué?

En vida comunitaria. En llevar los apostolados en común, no de forma individualista. Es, creo, en lo que más insisten los documentos oficiales de la Iglesia, y de la forma más concreta: la comunidad. Debe ser porque es el punto en que más flojean las comunidades religiosas, y en el punto en el que más esperan los fieles. De hecho, somos humanos, tenemos nuestros caracteres y opiniones diversas, que pueden llevar a roces y divergencias importantes. Pero si fuéramos de verdad “expertos en comunión”, los otros aspectos de la vida religiosa serían mucho más fáciles. La comunión es la que puede hacer que brille la presencia de Dios, que es Comunidad de personas y que es Amor. Si no se vive a fondo la comunidad, nos deberíamos preguntar, si realmente ahí está muy presente el Espíritu de Dios. Jesús pide para sus seguidores “que sean uno”, y esto se aplica también, o especialmente, a la vida religiosa. Si bien todo no puede ser perfecto, sin embargo, en la comunidad es imprescindible la capacidad de diálogo y de búsqueda común de caminos, soluciones, apostolados y empresas comunes.

El Padre Jordán, nuestro fundador, habla cientos de veces sobre la vida comunitaria, sobre la lengua, sobre la crítica, sobre el perdón y respeto mutuo. Debió pasar momentos difíciles, y ver cosas no muy acordes con la vida religiosa. O, quizás dicho de forma más respetuosa: quería prevenir el mal de la división.

aunque una comunidad sea eminentemente activa en sus apostolados, debe ser de igual manera intensamente contemplativa. Debe rezar cada miembro y se debe rezar comunitariamente. El religioso debe ser un hombre de oración, y de esto hablaba el P. Jordán a cada paso. Un apostolado sin oración y sin meditación es superficial e infructuoso. A la larga no sirve. Estaríamos construyendo sobre arena, como dice el Evangelio.

todos los creyentes en Jesús estamos obligados a ser evangelizadores: “vayan por todo el mundo y anuncien el evangelio”. Los laicos están invitados por la Iglesia a asociarse, pues es la forma de crear fraternidad y de ser más efectivos. Pero los religiosos tienen obligación de trabajar en comunidad, de planificar en comunidad, de estar al servicio en comunidad. Si no es así, están incumpliendo uno de los puntos esenciales de la vida consagrada. Nosotros los Salvatorianos incluso tenemos un documento de hace pocos años para todos los religiosos en los 40 países en que trabajamos, titulado “Apostolado en Comunidad”. Ciertamente a veces tenemos escritos muy bellos, pero, como se dice, para enmarcarlos.

Sin embargo, es más rico, más productivo y hasta más moderno hacer las cosas más planificadas y en comunidad, lo que exige discernimiento comunitario, planificación, corresponsabilidad, repartición de tareas y evaluación. Me decía hace poco un taxista: “la Iglesia Católica necesita mucho más marketing, se ve mucho

individualismo y mucha división, los jóvenes se están alejando…”. Y no le faltaba razón. Quizás no le llamemos marketing, pero en la vida consagrada necesitamos proyectos más comunitarios y arriesgados.

En una sociedad frecuentemente enfrentada, donde la convivencia entre las diferentes culturas parece cada vez más difícil, donde domina la prepotencia para con los más débiles, donde reinan las desigualdades, los religiosos estamos llamados a ofrecer un modelo concreto de comunidad que, compartiendo los dones que cada quien ha recibido, anime al mundo de hoy a vivir en relaciones más fraternas. Es el ejemplo de vida más que de las palabras.

Nuestros ministerios, nuestras obras, nuestras presencias, ¿responden a lo que el Espíritu inspiró a nuestros fundadores? ¿Tenemos la misma pasión por nuestro pueblo, somos cercanos a él hasta compartir sus penas y alegrías? A nosotros, religiosos de hoy, debería movernos la misma generosidad y abnegación que impulsó a nuestros fundadores, a fin de mantener vivos sus carismas, pues si los vivimos con la misma fuerza que lo hicieron los fundadores y los primeros miembros de las congregaciones, seguiremos enriqueciendo a la Iglesia y al mundo con esos carismas; de otro modo desapareceremos.

En alegría profunda y sincera que proviene de “ser amigos de Dios” y de estar contentos y satisfechos de nuestra vida y de nuestra vocación. Todos estamos llamados a ser santos, y un santo no puede ser triste, aunque sea una persona de carácter serio. Dios es capaz de colmar nuestros corazones y hacernos felices, sin necesidad de buscar nuestra felicidad en otro lado; la auténtica fraternidad vivida en nuestras comunidades alimenta nuestra alegría; nuestra entrega total al servicio de la Iglesia, las familias, los jóvenes, los ancianos, los pobres, nos realiza como personas y da plenitud a nuestra vida.

En algún momento de nuestra vida escuchamos la llamada de Dios. Y al llamarnos, Él nos dice: “¡Tú eres importante para mí, te quiero, cuento contigo!”. Es importante, pues, sentirnos amados por Dios, sentir que para Él no somos números, sino personas; y sentir que es Él quien nos llama. Y, aprendido esto, debemos ser expertos en oír y escuchar a fondo a nuestros hermanos, tanto de congregación como de comunidad cristiana. En un mundo de ruidos, la gente quiere ser tenida en cuenta y ser escuchada. La gente de hoy tiene ciertamente necesidad de nuestra predicación, pero sobre todo tiene necesidad de misericordia, ternura … Por otra parte, la obediencia que promete el religioso como voto, consiste en obligarse a escuchar en todo momento y a discernir la voluntad de Dios en comunidad, y naturalmente ayudados por los superiores.

Con frecuencia los religiosos nos apegamos a estructuras antiguas, sin evaluarlas y revisarlas; a veces religiosos se quedan simplemente a “cuidar edificios”. El Espíritu nos impulsa siempre a buscar nuevos caminos, y si no le escuchamos, es una señal de que no somos libres y estamos atados a estructuras humanas. Ya el Evangelio habla de odres viejos y odres nuevos.

El Papa invita a los religiosos a preguntarse sobre el “carrerismo”, el hacer carrera, el acomodarse, el buscar puestos de poder o de fama, el desarraigarse del lugar y situaciones donde uno ha nacido, el avergonzarse de su familia, por el “puesto alcanzado”. Esto lleva a “quedarse dentro”, a mirar solamente hacia uno mismo o hacia la comunidad, y no a “salir hacia afuera”.

me refiero en primer lugar a lo que uno es. Compartir ante todo nuestra experiencia de Dios y repartir con los laicos nuestras responsabilidades, especialmente nosotros Salvatorianos, ya que uno de los tesoros que tenemos, es el carisma recibido por nuestro Fundador de formar Familia con los laicos y religiosas, para nuestra misión de anunciar al Salvador. Y es obligación nuestra crecer cada día más como familia y emprender nuevos proyectos conjuntos de evangelización. Pero también compartir los bienes materiales, preferentemente de forma institucionalizada y en proyectos de justicia, de paz y de evangelización.

Seguramente que se pueden añadir otros parágrafos más, pero se acabó el espacio. Toca a los laicos preguntarnos y exigirnos sobre esas otras experticias.

Por último, una frase del Papa dirigida a los religiosos: “La Iglesia no crece por proselitismo, sino por atracción”.

¿quién no ha escuchado alguna una frase como esta?: “Hacen falta muchas vocaciones, hay muy pocos sacerdotes”. Es verdad. Y hay muchas causas para ello, que aquí no se pueden analizar, como, por ejemplo, el descenso de natalidad en las familias, sobre todo en Europa. Pero hay muchas otras causas. Quizás la principal la podríamos encontrar, en que la figura del sacerdote, hoy, está muy desprestigiada, no hay un modelo de sacerdote muy atrayente, los jóvenes y familias no se sienten muy atraídos por esta “carrera”. Si tuviéramos sacerdotes más comunitarios y fraternales entre sí, más serviciales y misericordiosos con la comunidad, más cercanos a la juventud y, en definitiva, con una vivencia profunda de su vocación, estoy seguro que sobrarían vocaciones para enviar a otras regiones o países.

Texto del Padre Luis Munilla
Vida Religiosa

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